Puede parecer baladí pero, como descubrimos al final de la escena, Jep alberga en su interior una vena escapista con la que terminará decepcionando a Orietta. Sin embargo, de momento, Jep la mira. Bueno, a ella… y a otra:
Pero, ¿qué otra puede ser? ¿Adónde está mirando? ¿O a quién?
Una extraña figura, blanca y muy brillante, aparece a un lado de Jep, antropomórfica, y se nos antoja que con forma de mujer. Aparece, sin embargo, envuelta en un plástico que no nos permite verla del todo. Lo más llamativo de ella es el inesperado brillo de color BLANCO con el que esa “figura” está iluminada. Si lo pensamos, está iluminada con una luz diferente a cualquier otra de las que hemos podido ver a medida que se desplegaba la escena. Las anteriores habían sido luces cálidas, ocres, luces en declive. Todo en esa figura, más iluminada que ninguna otra, parece hacer de ella una enorme metáfora de otra mujer perdida, ¿no les parece? Sí, perdida, porque no podemos verla del todo, porque aparece señalada pero no mostrada, aunque eso sí, con un luz descendente de color blanco que evoca su carácter sagrado, diferente de ninguna otra mujer de cuantas ha conocido Jep. Fijémonos en cómo se ha realzado ese carácter DIVINO de esa “mujer” perdida a la que no podemos ver del todo, como a Elisa de Santis, pero que se convierte en la mujer más brillante de todas, de nuevo, al igual, ¡que Elisa de Santis!:
Una luz divina que parece provenir del mismo cielo la ilumina a su paso de tal forma que relativiza la presencia de Orietta y la hace funcionar en una lógica de simple reminiscencia de otra, el resplandor de otra mujer a la que ella sigue y a la que en nada alcanzará. Y algo de esa reminiscencia gastada, de color nuevamente ocre, en declive, es “escrita” por el cineasta alrededor de Orietta, mientras mantiene aún el incombustible blanco divino de la mujer perdida:
Su gesto venía siendo el de un seductor sabido de su propio éxito durante el avance por el pasillo, pero… ¿no cambia algo en su gesto al mirar a esa figura que podría representar a esa mujer perdida? Pareciera como si el gesto incorporara un detalle de nostalgia y de leve dolor encontrado de improviso al fondo de sí mismo, ¿no les parece? Jep señala con su mirada el lugar donde ya NO está la mujer a la que amó, y nos enseña el hueco en el que antaño moraba.
Todavía, ¿no es ese pasillo uno entre MIL por los que ha pasado a lo largo de su vida al recomenzar una y otra vez esa búsqueda infructuosa del “objeto perdido”? Pensado así, en cada pasillo por el que ha avanzado en busca de un umbral del placer, siempre ha estado esa figura brillante como reminiscencia de otra algo mayor, de sí mismo, que perdió para siempre. Ese avance es la enésima reedición de un proceso de búsqueda, y cada mujer, cada mujer a la que conquista pero a la que no ama, una nueva ocasión de vivir la ilusión de acercarse a esa figura brillante, la más brillante de todas.
No hay duda de que ESA figura es crucial. Solo así se entiende que Sorrentino la mantuviera brillando sobre cualquier otra incluso después del encuentro físico entre Jep y Orietta:
Sorrentino la sitúa en algún lugar TRAS ellos, del lado de Jep, como un cadáver divino al que miró, al que reconoció, y que parece reconocerle a él, haciendo guardia en la puerta. Sin cabeza y con ese plástico alrededor, la figura parece… muerta. La cosa no es irrelevante, pues ESE DÍA es el día en que Elisa de Santis acaba de fallecer. Y esa es la terrible noticia que su viudo le daría por la mañana cuando Jep llegue caminando a su casa tras haber pasado la noche con Orietta:
¿Se han dado cuenta de cómo la luz se vuelve blanca ahora que Elisa de Santis vuelve a “estar presente”… aunque a través de su fallecimiento?
¿Y no les parece que esa vela dejada en el suelo, junto a nuestro brillante cadáver, estaba ya velando desde anoche a la fallecida?
Sin duda, una elocuente estampa de un “objeto perdido”, ¿verdad?
Y algo de una “ascensión divina” parece también ponerse en juego, ¿la ven?
Continúa:
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